El 18 de diciembre se conmemora  el Día Internacional de la persona Migrante. Una jornada para reflexionar sobre muchos aspectos que atañen a las migraciones: las políticas migratorias, las causas migratorias, la acogida y la convivencia de los países receptores.  Desde las Plataformas Sociales Salesianas, este 18D queremos hablar sobre el «Duelo migratorio», cómo afrontan la migración las personas que emprenden este camino. Con la campaña «Te echo de menos» nos acercamos a este duro proceso para quienes migran y para quienes quedan.

Por: Plataformas Sociales Salesianas

En España viven actualmente un total de 5.579.947 personas extranjeras. Marruecos, Rumanía, Colombia, Reino Unido, Italia, Venezuela, China, Ucrania, Alemania, Perú, Honduras, Francia, Ecuador, Bulgaria y Argentina son las principales nacionalidades de las ciudadanas y ciudadanos extranjeros que viven en nuestro país.

La persona que emigra lo hace mayormente por motivos de fuerza mayor (pobreza, supervivencia, falta de oportunidades, vulneración de sus derechos, etc.), aunque por encima de todo migrar es un derecho humano, sean cuales sean los motivos que lleven a una persona a dejar su país de origen; y ese debería ser un principio de aceptación.

En todos los casos el precio de la migración tiene un alto coste, también en salud mental. Humanizar las migraciones y conocer los procesos migratorios ayudan a establecer un mayor grado de empatía con las personas migrantes. Este es el propósito de la nueva campaña de las Plataformas Sociales Salesianas donde se ha querido poner el foco en los duelos migratorios.

¿Qué es el duelo migratorio?

El duelo migratorio es un proceso que afrontan todas las personas que migran y que también afecta a aquellas que se quedan en el país de origen y que ven marchar a sus seres queridos.

Describe el dolor y la tristeza que experimentan las personas que dejan su hogar y su país de origen para migrar a otro lugar. Este tipo de duelo es una respuesta normal a la pérdida de las raíces y las conexiones emocionales que las personas tienen con su lugar de origen.

El duelo migratorio es un duelo múltiple en el que todo alrededor de la persona cambia. El psiquiatra español Joseba Achotegui identifica los siete duelos clásicos de la migración:

  1. Duelo por la familia y amigos: separación y pérdida de la red familiar.
  2. Por la lengua: en muchos casos implica la pérdida de la lengua materna.
  3. Por la cultura: pérdida de valores, hábitos, costumbres, religión, etc.
  4. Por la tierra: pérdida del paisaje, olores, luz, desubicación.
  5. Por el estatus social: la pérdida del nivel social en origen sitúa al inmigrante en el último escalafón social, del que dependen sus papeles, trabajo, vivienda y la posibilidad de ascenso social.
  6. Por el grupo de pertenencia con el que la persona se identifica y cuya pérdida conlleva inseguridades y temores.
  7. Por los riesgos físicos: viajes peligrosos, riesgo de expulsión que colocan a la persona en una situación vulnerable.

El duelo migratorio puede culminar en éxito o conllevar patologías. Todas las historias de personas migrantes tienen en común la carga de estrés propia de la migración que, en ocasiones, supera la capacidad de adaptación de los seres humanos. Los problemas de salud mental de quienes migran son específicos y son reales, y se requiere que tanto la persona migrante como la sociedad en la que se encuentra, lo reconozcan para que se puedan abordar y buscarles soluciones adecuadas.

El estrés aculturativo hace referencia a los efectos de la aculturación, que se da de forma natural cuando entran en contacto dos referentes culturales diferentes, pudiendo implicar cambios en ambas culturas. El estrés puede manifestarse en forma de problemas psicológicos, somáticos y de relación social.

Designado como “el problema del siglo XX” o el mal del inmigrante, el Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple (“Síndrome de Ulises”), refleja niveles de estrés tan altos y complejos que llegan a superar la capacidad de adaptación de los seres humanos.

El duelo migratorio también puede ser más intenso si la persona ha tenido que dejar su país de origen de manera forzada, ya sea debido a la guerra, la persecución o la pobreza. La migración siempre es un acontecimiento vital relevante, pero en condiciones extremas se convierte en elemento muy importante, incluso determinante para la persona migrante. La situación de vulnerabilidad y los estresores pueden suponer un factor de riesgo en la salud mental.

Existen diferentes niveles de duelo migratorio:

• Duelo simple: el que se da en buenas condiciones y puede ser elaborado adecuadamente.
• Duelo complicado: existen serias dificultades para la elaboración del duelo migratorio, aunque es posible elaborarlo.
• Duelo extremo: las dificultades son tan grandes que no es posible la elaboración del duelo migratorio.

¿Qué siente la persona que migra?

Es difícil generalizar lo que puede sentir una persona que migra, ya que las experiencias y emociones de cada persona son únicas. Las diferentes pérdidas pueden generar sentimientos de tristeza, ansiedad, irritabilidad o añoranza, que se dan incluso en momentos en que la persona ha alcanzado las metas que buscaba en el país de acogida. Esto puede ser especialmente difícil en los casos en que la migración se produce de manera forzosa o en situaciones de conflictos o crisis.
Pero también existe sentimiento de culpa por las personas que se han dejado atrás. Son sentimientos que evolucionan y que en ocasiones se agravan debido a factores y situaciones de estrés que potencian su efecto. Entre ellas pueden darse:

  • Fracaso del proyecto migratorio y ausencia de oportunidades que derivan en sentimiento de desesperanza y fracaso.
  • Lucha por la supervivencia, especialmente alimentación y vivienda.
  • Miedo por los peligros físicos (coacción de mafias, redes de prostitución) detención y explusión.

La labor de las Plataformas Sociales Salesianas

Desde las Plataformas Sociales Salesianas se promueve la construcción de un modelo de convivencia basado en la acogida mutua, el respeto y la puesta en valor de la diversidad.
También se aborda a través de diferentes proyectos y programas las muchas y variadas dificultades a las que se enfrentan las personas que migran. Proporcionando diferentes recursos como:

  • Acompañamiento individual
  • Asesoramiento jurídico y administrativo
  • Información y orientación social, formativa y educativa
  • Apoyo para el acceso a la cobertura de necesidades básicas (transporte, vivienda, ayudas que faciliten la inserción, etc.
  • Derivación a recursos
  • Talleres y actividades que les ayuden a tejer una red de relaciones interpersonales y a generar redes de apoyo mutuo.
  • Actividades para favorecer el conocimiento y la interacción con la sociedad de acogida.
  • También específicos para mujeres migrantes en situación de vulnerabilidad mediante una intervención desde la educación social o iniciativas de empleo para jóvenes migrantes.

En la actualidad, las Plataformas Sociales Salesianas atienden a alrededor de 1000 personas solicitantes de protección internacional o refugiadas, a través de recursos residenciales de protección internacional, programas de inserción sociolaboral, aprendizaje de la lengua y acogida.
Seguiremos trabajando para construir comunidades, apostando por una sociedad que elige siempre la acogida.

 

CARTAS REALES PARA ACERCARNOS AL DUELO MIGRATORIO

Desde Cuba: "Acostumbrarse a volver a vivir

¡Es muy triste dejar la tierra que nos vio nacer, nuestra familia y nuestros amigos! Son decisiones valientes motivadas por lograr un sueño, el cual siempre comienza con una pesadilla, y donde hay que acostumbrarse de nuevo a todo; pero sobre todo a volver a vivir. ¡Es algo así como si tuvieses que morir para volver a vivir!

Comienzas a notar detalles que antes ni siquiera los percibías, y haces comparaciones en todo lo que ves, y ese cielo azul que ni lo notabas, y quizás hasta te aburría, cómo lo extrañas ahora; mientras que la nostalgia se va poco a poco apoderando de uno ¡Era feliz y no lo sabía, quiero ser feliz y no sé cómo volver a serlo!

Esa nostalgia que termina atrapándome entre las paredes de una casa, que todavía le falta mucho para llegar a ser un hogar. Esa nostalgia que me atormenta de recuerdos, y que me lleva continuamente al pasado, impidiendo ver el presente, y sólo soportable por la esperanza de un futuro.

Esa añoranza o sentimiento de pena que produce la ausencia, la privación de la familia, de un país, de unas costumbres, de unos amigos, de cosas muy queridas. Los recuerdos te persiguen, sin saber cómo ni dónde colgarlos, y son muchas las noches que te quedas viendo la luna, pensativo, a sabiendas de que esa luna que estás observando, es la misma que ve la gente que tuviste que dejar atrás.

Y no es una cuestión de que el país donde has ido a parar sea mejor o peor, es que simplemente no es el tuyo, ni tú eres de él. Quizás hasta sea más bonito que el mío, mejores sus costumbres, más culta su gente, más cívica su sociedad….pero no es el mío; y ese proceso donde yo llegue a sentirlo mío, y él me sienta como suyo, quizás sean mis hijos los que lleguen a alcanzarlo, pues yo busqué un futuro en otro país; no otro país.

Habrá recuerdos, personas y lugares, que el tiempo logrará borrar, y a pesar de que los recuerdos son algo así como una pizarra donde tienes que ir borrando unos para poder ir escribiendo otros, esos que te hicieron llorar durante muchas noches, nunca se borrarán porque…… son la pizarra de tu vida.

El futuro será mejor mañana……, el futuro será mejor mañana”; es esa frase la que nos hace soportar el presente, mientras el futuro termina siendo presente. Hasta que un buen día, te das cuenta de que ya el futuro es pasado y te preguntas: ¿Mereció la pena? La respuesta te atormenta, te confunde, ya que nunca sabrás si lo que perdiste fue menos de lo que ganaste.

Y algún día, los hijos de tus hijos dirán: “Creo que mis abuelos eran cubanos”, ajenos al dolor con el que esos abuelos construyeron los cimientos para que ellos tuvieran un nuevo país, un futuro; y lo que nunca se llegarán a preguntar es: ¿Lo que hicieron mis abuelos, mereció la pena? Porque la respuesta ya será muy ajena a ellos.

Para estos nietos, éste será su país, y quizás algunos en un futuro -por curiosidad- vendrán a Cuba, para ver dónde nacieron sus abuelos, sin llegar a imaginarse, las lágrimas que derramaron cuando se fueron.

Desde Venezuela: "Lo que siento cuando llega diciembre"

Han pasado ya seis años. Seis años desde que mi mamá decidió marchar de Venezuela con la esperanza de un futuro mejor. Viajé a Europa sin saber qué me esperaba. Llegamos a España, mi madre, mi hermana y yo, dejando atrás al resto de mi familia, mis amigos, mi vida social y mi cultura. Atrás quedó mi humilde casita, la vista al mar al salir a la calle y la brisa del océano.

Intento no pensar en todo aquello que dejé atrás para no sentir la tristeza que muchos viven al haberse arrancado las raíces en busca de una nueva tierra. Pensar en ello me trae nostalgia y dolor, porque las cicatrices que te deja la migración perduran en tu alma por siempre. Porque migrar puede ser una experiencia muy bonita, pero las condiciones actuales la han convertido en un juego muy cruel y lleno de sufrimiento.

Es verdad aquello que dicen que todos nos convertimos en migrantes, incluso dentro de un propio país, porque la historia de la humanidad es la historia de las migraciones. En un mundo ideal todos podríamos disfrutar de esa capacidad migratoria sin discriminación. Pero la realidad es otra: en este mundo loco y contemporáneo no todos pasamos por las mismas crudas experiencias migratorias Hoy migrar es clasista, dependiendo del país de origen, la verdad. Migrar nos hace diferentes y esta desigualdad nos mata a muchos.

Cuando era pequeño preguntaba a Dios por qué había permitido que yo naciera en un país como el mío: lleno de pobreza, desigualdad, machismo y violencia. ¿Por qué no pude nacer en algún país como esos de los que leía en los libros o las noticias? Aquí, en Europa, al menos no te matan por un teléfono móvil o por cruzar una calle; en el mío, desgraciadamente sí. La justicia no existe para los pobres, porque la justicia solo sirve a la gente que tiene dinero.

Ahora que soy adulto, que entiendo lo que es cuidar, proteger y querer a tus hijos, entiendo a mi madre. ¿Cómo no soñar con un futuro mejor si se sabe que está en otra parte? Es verdad que muchos no migraríamos si hubiera más oportunidades en nuestros países, si no hubiera tanta violencia y pobreza que no deja formar nuestras vidas con la calidad que merece todo ser humano. Pero aún si no existiera esto, ¿por qué no podemos buscar oportunidades y nuevas experiencias como muchos de aquí lo hacen al ir afuera a estudiar o trabajar? ¿Qué me hace diferente? Nuevamente, la migración es clasista.  ¿Mi pecado es haber nacido en un país empobrecido? A los pobres, se les examina con lupa antes de dejarlos entrar a cualquier lugar. Esa es la triste realidad. 

Ahora que ya han pasado más de 6 años y se acercan las fiestas, todos miran a un lado, se ponen la venda de la indiferencia, se dan una pausa, festejan, compran y regalan. A mí también siempre me ha gustado la Navidad, me recuerda épocas muy felices de mi infancia. Era la única parte del año en la que mi familia parecía más unida y se olvidaba un poco de los problemas. 

Pero lo que hace diferente esta Navidad -al igual que las otras cinco que ya he vivido- es que sigo sin saber cuándo volveré a casa. Mi familia tampoco lo sabe, pero guarda las esperanzas de que sea pronto. Yo prefiero no pensar en ello. Cada vez que traigo eso a mi mente mis ojos se llenan de lágrimas. La verdad es que no sé cuándo volveré a ver a mi familia y, teniendo en cuenta la burocracia que inunda este sistema antimigratorio, estoy lejos de ponerme una fecha.  

En estas fiestas no juzgo a la gente por querer pasarla bien, disfrutar sus vacaciones y compartir la alegría navideña en sus hogares. Están en su derecho y me alegra que puedan disfrutarlo. Sería injusto y egoísta querer que la gente se amargue las fiestas con el recuerdo de los migrantes marginados, aquellos que estamos lejos de nuestro hogar, y que a pesar de que tenemos el mismo derecho que toda la humanidad en estar con nuestras familias, no podemos hacerlo. No porque no queramos, sino porque sacrificamos esa parte de nuestro ser por un sueño. Un sueño que con el sistema migratorio actual se ha convertido en un mal sueño del que no podemos despertar.