Está entrando una urgencia, corre. 

Daniela coge su bandeja de indispensables y sale a toda prisa hacia la puerta de entrada. Sin que la camilla se haya detenido todavía, ya va haciendo su propio examen de la situación. Es un apuñalamiento, necesitará más material del que esperaba.

Al examinar bajo la luz del quirófano los cortes abiertos en la espalda, su cabeza viaja atropelladamente al pasado, como en una ensoñación. Daniela siente palpitar la cicatriz de su cuello, como si fuera a sangrar de nuevo. La marca imborrable de aquella herida que quiso olvidar, con el mismo pudor con el que la suele esconder detrás de su pelo suelto. 

Tranquilízate, respira. Trata de concentrarse en desinfectar y limpiar con la máxima diligencia, luchando por no ser arrastrada por el torrente de imágenes que le devuelve de golpe a su infancia y a los terribles significados que el destino le dió a las palabras. Familia, la que nunca estuvo allí mientras crecías, la que te tocó sufrir en la adolescencia. Madre, la que te daña, tu enemigo. 

Me ahogo, voy a ser incapaz de hacerlo. El miedo le hace tambalearse, se le nubla la vista y su mano tiembla al coger la aguja. Daniela está al borde del colapso cuando, de pronto, se le aparece la imagen de su hija. Ya no estás sola, pero tienes que seguir siendo fuerte.

Cálmate. Empieza a apoderarse de la situación a medida que sutura, recuperando el pulso firme con el que curó sus propias heridas. Se recuerda por qué soñaba con trabajar en un hospital. Hoy es la mano que le ayudó cuando era ella la que estaba tendida en la camilla. El pasado te condiciona, sí, pero nunca puede determinarte. Del mismo modo sucede con el lenguaje. Daniela también ha ido escribiendo significados nuevos al tiempo que remendaba su vida. Puntada a puntada, con trabajo paciente de costurera. Familia, la que eliges construir. Madre, la que protege, la que da amor. Daniela acaricia con la delicadeza del algodón la piel aún tierna que rodea las suturas en la espalda de la paciente. Será un camino duro pero, como yo, tendrá una nueva oportunidad.

Cuando termina la jornada, se cambia más rápido que de costumbre. Quiere llegar a casa lo antes posible para abrazar a su hija. Se mira al espejo pasando las yemas de los dedos por su cuello. La piel allí es áspera, mucho más dura que la del resto del cuerpo. Decide no soltarse el pelo, dejando a la vista su historia. Una cicatriz que, por primera vez, le llena de orgullo. La marca imborrable de que fue capaz de salir adelante.  

 

Escrito por: Rosa María Macarro

Ilustrado por: Begoña Fernández

@arteycompromiso_  –  https://www.instagram.com/arteycompromiso_/