Viernes 26 de febrero de 2021

Querido diario:

Hace mucho que no encuentro un momento para sentarme a escribir, lo siento. Está siendo un mes complicado desde que mi Juan se ha ido a Murcia a la campaña de la alcachofa.

Esta semana me llamaron del colegio, la profesora de Jonathan, mi pequeño. La profesora parece muy simpática y se nota que le tiene cariño. Me dijo que Jonathan es muy inteligente, que si trabajara más en casa sería un alumno de sobresaliente. Me aconsejó que le ayudase con las tareas y a preparar su mochila porque suele traer deberes por terminar y en demasiadas ocasiones se deja los libros en casa.

También me dijo que Jonathan, a veces, “huele un poco fuerte” y que esto le está generando algunos problemas con los compañeros.

¿No te ha comentado nada de lo que ocurrió la semana pasada?
Pues no, no me ha dicho nada.
Me explica que un grupo de compañeros se burlaron de él. Le llamaron mofeta. Avergonzada le dije que vigilaría más la higiene y que hablaría con él.

Al despedirnos trato de sonreír, le doy las gracias y le prometo que estaré más atenta a Jonathan

También hablé con la tutora de Bryan. Esta me parece más antipática. Me dijo que no lleva los deberes ni estudia para los exámenes, que en cuarto de la ESO tiene que ser más responsable, que se está jugando su futuro y que si no aprueba no podrá entrar en ningún ciclo formativo.

Me vuelve a dar las claves para entrar en classroom para que vigile qué tareas tiene que hacer. Que él ya sabe cómo tiene que subir las tareas.

Por un momento pensé que esta vez terminaría la entrevista sin hablar del tema, pero no. “La actitud de Bryan en el aula sigue siendo muy negativa. No hace caso de las instrucciones de los profesores y no acepta su autoridad”. Si sigue así le expulsarán. Me dijo que es necesario que en casa le pongamos límites, que no puede ser que haga lo que le dé la gana siempre.

Al terminar la entrevista trato de sonreír, le doy las gracias y le prometo que estaré más atenta a Bryan.

Cuando salía por el pasillo me encontré con el administrador. Amable, como siempre, me pidió que me sentara un momento en su despacho. Ya sabía para qué.

Me dijo que debemos tres meses de comedor. Que no me preocupara porque no iban a dejar a mis hijos sin comer, pero que habría que hablar de cómo solucionar el tema de la deuda. Que, quizás, deberíamos organizarnos mejor el dinero porque le resulta un poco difícil de entender que no paguemos el comedor pero que todos los sábados nos vea desayunando en el bar de enfrente del cole. Que quizá deberíamos “repensar las prioridades”. No resultó agresivo, ni maleducado. Se le veía en la cara que me tenía compasión, que sentía lástima por mí y que su intención era buena.

Trato de sonreír, le doy las gracias y le prometo que intentaremos poner soluciones.

Creo que de camino a casa no lloré, pero al entrar y cerrar la puerta no pude más. A veces tengo estos bajones. No sé si es rabia, pena o dolor.

Podría haberle dicho a la profesora de Jonathan que si en ocasiones “huele fuerte” es porque estamos en febrero y hace dos meses que nos cortaron el gas y no soporto cómo llora cuando lo ducho con agua fría. Podría haberle dicho que no puedo ayudarle con las tareas porque trabajo limpiando un edificio de oficinas de cinco a diez de la noche y cuando llego a casa Bryan ya lo ha acostado.

Podría decirle a la tutora de Bryan que no tenemos ordenador y las pocas tareas que hace en casa las sube con el móvil mientras tiene datos. Podría decirle que sí, que su actitud no es buena y que no voy a justificarla, pero que él me dice que está harto de que le miren por encima del hombro; que está cansado de que le digan que tiene que tener un título para ser alguien y que nos mira a nosotros, sus padres, que teniendo estudios medios vivimos como vivimos.

Podría decirle al administrador que no solo debo el comedor, que debo el gas y dos meses del piso. Podría decirle que ese desayuno del sábado es el único momento en que me siento una familia normal. Que los seis euros con ochenta céntimos que me cuesta ese desayuno no van a solucionar ni el gas, ni el comedor ni el piso y, sin embargo, me da una hora de “descanso”.

¿Por qué no lo dije? No lo sé. Quizá porque a nadie le gusta airear sus fracasos.

O quizá porque nadie preguntó.

 

Escrito por: Pablo Navarro Vicéns

Iustrado por: Bárbara Ariño Micó

@bbdisseny https://www.instagram.com/bbdisseny